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Pepensador

Anecdóticas consecuencias

El camion iba hasta el tope, el humor era insoportable (ambos), no hacia mucho calor y sin embargo, sudaba. El chofer, un gorila malayo, entonaba el ultimo movimiento del Concierto 345 de Brahms/McCartney, pero a ritmo de bachata. En el tercer asiento de atras para atras, batallaban para embonar una señora inmensa con sus siete hijos, todos rozagantes. El pasajero de al lado fue deshidratandose ante el peso y desaparecio en un agujero del cojin. Sus anteojos servian a la señora como sonaja para los tres engendritos mas pequeños. (Si 314 kilos entre los tres, es pequeñez) En el pasillo y colgado del pasamanos, pasalonjas y pasapechos, hacia malabares para mantener el equilibrio el Lic. Gongorica, gestor de todo tipo de tramites y ningun tipo de merito, que ademas no conseguia ni un trabajo que pudiera llevar a término. Por delante de el y antes del tubo, se contoneaba al pasar de los baches, topes y banquetas (y uno que otro peaton) Lucrecia, asistente doméstica en casa de la Familia Rivadeneyra del Castillo, que habitaban el interior 3 de la vecindad mas paupérrima del barrio. El Lic. tenia encima las carnes generosas y todavia firmes de Lucrecia, ésta sin embargo no se percataba de nada que no fuera la revista que hojeaba el caballero del unico asiento de la fila 13, dos adelante de ella. El Lic. , nervioso, intentaba mas por pena que por educación, no hacer tan evidente su "incomodidad" pero era inevitable. Al darse cuenta del aparente desinteres y ante la cercania del cierre de la falda de Lucrecia, aventuro un rápido movimiento y logro bajarlo un poco; ella ni lo notó. Al haber un poco de holgura,intrépìdo, metió la mano por entre la falda y la piel para darse cuenta que no habia nada mas. Dos latas de cerveza recorriendo el camion de atras hasta el frente, merced a la avanzada tecnica de frenado del de Malasia, lo asustaron y se detuvo un milimetrico instante. Lucrecia no perdia detalle de la boda de la Mocosa Plateada, preclara estrella del Canal de las Mismas. Continuo su safari y encontro lo que buscaba; un refugio humedo y tibio para sus ansiosas manos. Perdio nocion de todo. Palpo, apreto, pellizco. Lo ultimo que recordó fue la imagen de un enorme amasijo de tatuajes y groserias, encima de el con una llave estilson. El marido de Lucrecia, pues.

1 comentario

Edmundo Dantés -

Hombre! Pocas veces he leído relatos que me hayan cautivado de esta manera. Me encanta el sentido del humor que permea y la manera de contarlo. Genial! Muchas felicidades!!