Esopo no erraba del todo, las condiciones propicias claudican de caducidad y no se terminan de construir los escenarios con pedazos de sueños imperfectos.
No obstante, es mejor intentar el trecho que solo imaginar el final: El paisaje era subyugado por auroras boreales llenas de abril y primaveras temblorosas, con la sabida dosis de ambrosia.
En duelo histriónico, se revelaban a cada escena las dilatadas capacidades y las no tan evidentes carencias. No habia modo alguno de obviar las diferencias entre ambos.
Con la esencia callosa pero dispuesta, él podía pasar tranquilamente por un incipiente aspirante; arriesgado, arrogante, débil en muchas formas y frágil, lo más de frágil.
El sueño de sus suspiros viajaba a otro ritmo, con una cadencia desconocida y bucólica, casi como es una caída libre desde una alta y estelar galaxia.
Imaginaban un compás a contratiempo, un staccato ágil y breve, inmisericorde con el tímpano y suave con los recuerdos.
Las corcheas del aire, las semifusas marinas, estructuras borgesianas con aires de rayuela: la maga ataca de nuevo!
Un pequeño remolino los detuvo en el tiempo, dejandolos con los motivos al borde de la deshidratación. Intentaron reponerse, a fuerza de mareas y cánticos y luces y colibríes. No fue inútil. Simplemente no fue.
El entuerto no pudo desfacerse y ni Rocinante ni Dulcinea acudieron a auxiliarlos, solo Julieta de Sade pudo ayudar a escribir el epílogo -o moraleja- : hay historias que de tan exorbitantes, pareciera -y aqui la de William acota: pareciera- que es mejor no intentar escribir.